A san Juan de la Cruz

Un  libro, una línea, una palabra escrita, nada son sin una voz, sin una mirada que las lea. Inmortales quedan los versos delicados, agua para la sed, como los que presentamos de san Juan de la Cruz. Y, en algunos corazones, también permanecen inmortales aquellas voces que ayudaron a abrir tantos ojos a la poesía, al pensamiento crítico, a la reflexión. Primero la de aquel, mi Maestro, el del despertar, el que fue capaz de regalarme un D. Quijote para niños en mi Primera Comunión, el de los versos de Machado y Jiménez. Luego, las que aparecían en la búsqueda. Y también la juventud, con ese Paco Ibañez que, más allá del tiempo, ha ido regalando los caramelos de la palabra viva a los niños de las calles. Recuerdos lejanos, imperecederos, profundos  como para abarcar toda una existencia, de tan rápida, efímera; y ya  trascendiendo,  lo que es nuestra vejez. En esta tarde de otoño, casi invierno; en este crepúsculo, de boina y gris y corazón en calma, cuando la noche azul cae sobre el mundo y ahora cuando podemos escribir los versos más tristes… Neruda, Góngora, Manrique … ¡Diré cómo nacisteis, placeres, conocimientos ocultos!

Una tarde de corazón en calma, momento de gratitud para todos aquellos que, generosos, nos han brindado la posibilidad de nuevas perspectivas: sosiego en tardes sombrías; alegría en días de luz; y que nos han acompañado, de un modo u otro, hasta ser como somos. Y para seguir, para seguir buscando, porque no sabemos cómo saciar la sed que nos embarga. Bueno, a veces con vino.

                                             Pulsa sobre la imagen

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario