El viaje del elefante



Llevaba tiempo sin leer un libro completo. Y volvió a ser el azar el que interpuso en mi camino una caja enorme, es decir, un fichero cargado de ebooks. Y en una tarde hueca, sin más, probé uno, probé dos y así, hasta que conseguí acabar uno de ellos. De algunos, renombrados, no conseguí pasar de la página tres o de la cuatro, simplemente porque no seducían o no resultaban lo suficientemente motivadores. En fin, completé algunos de Galán Eslava, que suelen ser, a pesar de su estructura argumental similar, entretenidos. Le sobra, quizá, algún que otro adorno concupiscente, que en cualesquier trama explicita como recurso atractivo, pero que resta calidad literaria a la grandeza de sus escritos. Y esto lo digo no porque siga esa moda que incrusta elementos voluptuosos como medio para excitar el interés del lector, también adoptada por Reverte y la mayoría de publicaciones de noticias digitales,  sino porque a menudo le deja poco lugar al pensamiento, se desestima ligeramente la capacidad de conceptualizar, es decir, se recrea demasiado en el relato erótico y restringe las posibilidades de interpretación del que lee.
¿Calidad? Como tal se considera al deleite que proporcionan ciertas obras, que no autores. ¿Literaturización? Sea la construcción de los peldaños bien estructurados, hechos con las palabras exactas, que nos permiten alejarnos del suelo de la ignorancia.  
Entiéndase mejor,  por ejemplo, Neruda, en general y discúlpenos, es un autor normalito; sin embargo,  los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, es un libro espléndido, inmejorable: extracto de ideas imperecederas, asentadas sobre el renglón preciso.
Cervantes es Don Quijote,  obra cumbre sin parangón  en el orbe –y eso que La Gitanilla no está mal- o Bécquer son sus Rimas, que por muy criticadas que sean son unas composiciones selectas y equilibradas, suculentos frutos resultado del pensamiento conjugado con técnicas de escritura sonora y musical. Y hay muchos más de los que intentaremos dejar nuestra percepción, por si a alguien sirve de algún modo.
Pero abreviando, que los autores solo son el medio por el que las obras afloran. Las redacciones son  casi perdurables, los autores efímeros.
Hoy dejamos un breve comentario de un libro de José Saramago: El viaje del elefante.
Es este un libro que permite pasar el rato y que no aporta nada especialmente reseñable, más allá del entretenimiento justo. El autor hace uso de la peculiar sintaxis que utiliza en sus textos; aunque esto no demora la lectura, pues una vez adaptado el sistema a nuestro ritmo interpretativo, se deja recorrer con normalidad. No queremos recordar la sugerencia de Wiesenthal, en su Libro de Requiems, al respecto, aunque en ningún momento mencione al autor.
 Carece de un final tan conmovedor como el de Ensayo sobre la ceguera (“Ahora me toca a mí…”) y se lee fácilmente. En toda su producción, hasta incluso en sus libros últimos, Saramago se revela como un autor poco original, que intenta pulir ideas ya trabajadas por otros, para quitarles el óxido y presentarlas con un aspecto nuevo (Kazantzakis y anteriores y el affaire de la Magdalena, el Bartlebay de Melville, Kafka, etc.). Sin duda fue un gran lector. Y ahora que se agrietan las carreteras con la lluvia y se sigue fragmentando África por el Valle del Rift, parece que se actualiza La balsa de piedra, aunque sea este un fenómeno estudiado desde hace muchísimos años.


https://drive.google.com/file/d/18Vt2UPJuuWkgqiMeuNRr88DsrqDFgtxv/view
                                                          El viaje del elefante

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