El pobre de Asis. Quizás las numerosas conjeturas disparadas
tras la película que adaptaba La
última tentación de Cristo, reclamaban alguna atención, solicitando una
lectura detenida de esta obrita del 53, o sea publicada tan solo dos años
después de la antes citada. ¿Y por qué? Pues justo porque el autor se esfuerza
en conjugar con materia terrenal al constituyente de lo santificable. ¿Eih?
Jesús, Francisco… ¡Ah! Recuerdo haber visto a un hermano franciscano con este
símbolo en su brazo, tatuado.
Tratar temas de fe desde la perspectiva
animal racional no es un proceso novedoso y resulta recurrente, generación tras
generación, porque suele levantar polémica y lo polémico se hace popular. La
descripción de una experiencia común siempre es más fácilmente divulgable, más
cercana, que la complicación de tenérselas que ver con el esfuerzo requerido
para comprender un razonamiento, por
sencillo que este sea. ¿No recordamos, por ejemplo, El Evangelio según
Jesucristo de Saramago? Lecturas irreverentes abundan; irreverentes con mérito literario son menos.
Otro día hablaremos sobre alguno de estos libros, de sus proyecciones, de las
expectativas de los autores, de las búsquedas, incluida la económica; de los
que hacen reflexionar y de los que no.
Pero regresemos al que nos incumbe, que en ningún
momento podemos decir que es irrespetuoso con nadie y que tampoco se decanta
por recurrir a precisar pormenores sensitivos de los bajos, como método para recabar
la atención. Eso sí, el protagonista está
rodeado de un halo de sensiblería poco verosímil. Desde la primera línea sopla
viento decimonónico, huele a influjo dostoiewskiano, con mucho llanto, algo de
delirio febril y el afloramiento histérico que produce la impotencia vital.
En sí son líneas de escritura sencilla, sin
complicación estructural y noveladas de modo aceptable. Y de todo el libro,
cuando acabas permanece una idea, que de cierto es gratificante: la llamada, de
forma reiterada, a la consciencia para
que observe los detalles del entorno, esos que permiten percibir lo asombrosa
que es la existencia, lo frágil que es la vida y el carácter contingente
de todas las cosas. Este es el sedimento
que me dejó o que deseé que me dejara. Y el libro era El pobre de Asís
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