Guía del autoestopista intergaláctico


La  guía del autoestopista intergaláctico, de Douglas Adams. Una vez llegados aquí, diremos: ¡¿Pero qué clase de libro es este!? El sometimiento existencialista del último siglo no podía  conducir a otra parte que no fuera más que a un estallido en forma de parodia absurda que se llevase por delante el horizonte marchito de sus años finales. Y parece ser una explosión de gran envergadura, que de algún modo  se ha querido soslayar. En fin, no sé si es solo una apreciación particular, pero ahí está su huella indeleble. Y lo mejor, que es divertida, que arrastra un gracejo similar al cervantino, que no te provoca la carcajada sonora (bueno, excepto en los párrafos de D. Quijote y el bálsamo de Fierabrás), pero que te mantiene una sensación alegre en el centro del cuerpo, por decir alguna parte, y que no sé si se podría definir como risa sorda o expectativa alegre de palabras, si algo así se da en la naturaleza.
La saga no se puede quedar en el primer libro y es de las pocas que no aparenta perder demasiada vitalidad con su prolongación. Este debilitamiento les suele ocurrir a casi todos los autores de series, incluidos los que tienen vivencias en la misma época, como Terry Pratchett y su Mundodisco, que vemos como se va deshilando desde el prometedor Color de la magia, hasta convertirse en un agüilla para adolescentes a partir de la tercera publicación.
La guía y las cuatro obras que le siguen, aún dentro de la apariencia de irracionalidad que las envuelve, encierran un agradable juego expresivo, con sutilezas que solo encontramos si leemos  sin prejuicios y con la intención de divertirnos.  
 Sorpresa tras sorpresa, nos toparemos con la Energía de la Improbabilidad infinita y con otras agudezas que es mejor ir descubriendo y que son merecedoras de ser consideradas con un poco de detenimiento, si ya no por su profundidad ideológica, que a veces la tienen, por la elaboración de los textos que conducen a conclusiones inesperadas de los razonamientos. Y como este proceso argumentativo no es completamente ilógico, a pesar de su apariencia, nos beneficia  con la adquisición de una nueva herramienta para configurar el pensamiento y que, añadida a todas las otras que hemos ido asimilando con las  diferentes experiencias de la vida, nos va a permitir la consideración de otras perspectivas: cuanto más amplio sea el panorama, mayor será la información que aporte, mayores serán las posibilidades de reflexionar y comprender.
Y casi diríamos, parafraseando a Gracián, que aquí se entremezcla lo seco de la filosofía con lo entretenido de la invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica. Y seguro que habrá alguien que diga que el libro es una melonada, pero a mí no me lo parece.

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