El maestro de
esgrima. Vas
paseando por el campo y tropiezas con un
saliente metálico; comienzas a excavar intrigado y extraes un pequeño cofre. La
ansiedad comienza a apoderarse de ti, te puede y no esperas menos que dentro
haya un pequeño tesoro.
Pues esto es lo que me ocurrió con Arturo
Pérez. Resulta que me había estado entreteniendo con otras cosas y cuando me
empezaba a aburrir de las letras, encontré en la librería dos títulos, uno
recién publicado, La Reina del Sur, y otro ya bastante rodado, escritos por un
reportero flacucho que había visto en la tele muchas veces, entre humos y
ruinas balcánicas. La sinopsis de la contraportada de ese primer libro me hizo dudar de si la historia iba a ser de mi agrado, que no me van mucho los
dramas de drogas y sangre, que para eso ya están los telediarios. Elegí el otro, El maestro de esgrima y, recuerdo, lo
leí de un tirón, con lo que desatendí el sumario de la
solapa del primero y volví a por él. También me gustó mucho.
Ahora, tiempo después, en la estantería van cogiendo
polvo casi todas sus publicaciones; solo faltan las tres últimas. Observando esto, creo que tendré que empezar
a releer, que ya sabemos, porque nos creemos casi todo lo que la sabiduría de Borges decía, aunque esta vez refiriendo a dichos de otros autores, que hay
que leer lo que nos guste, ya que el leer debe ser la felicidad: “Yo
he tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que
leer, salvo que para releer se necesita haber leído.”
La trenza del AND literario de Pérez
nos huele a Guerrero del Antifaz, a Roberto Alcázar, a Milton el Corsario; pero
también a Veinte Poemas de Amor, a
otras poesías de consuelo en días o noches de tormenta. También a truculencia, a crudeza con
reflexión, a observación directa de la
sinrazón humana. Y a sentimientos, a
sentimientos de personaje de Clarín, Pereda o Pardo Bazán. Y no olvidemos, no la
pizca, sino el puñado grande de tardes de sol brillando sobre un mar poblado de
trafalgares galdosianos. No sé si acertamos, pero así lo percibimos.
Y como todo no siempre es bueno, al
final, como cuando se come muchos días lentejas, pues que parece que
se pierde un poco el apetito hacia estas legumbres. Los dos últimos de Alatriste, El Asedio, ejem, ejem, que
parece que están resfriados, que podrían tener un poco más de vigor.
Continuando, que entretener,
entretiene; hay argumento elaborado en cuaderno, y una trama en la que se
entremezclan frases líricas que suavizan las tensiones y hacen más tolerable la
acción: como en la vida misma, que no se sostiene el hombre en medio de las
barbaridades que le rodean si no es por la literatura (y con esto no se quiere
decir que todo el mundo lea, sino que algunos leen para todos). Y no se olvide
el tanto de aderezo, el que se usa en las lecturas comerciales del momento, un
poquito de erotismo, de ese que aparece de modo indefectiblemente explícito en
mayor o menor medida en Galán, en Posteguillo, en Auster, en Auel, etc. Este
recurso es posible que se generalizara desde la literatura underground
americana, aunque no vamos a poner en duda que es antiguo como las letras y no
nos detenemos, porque no es el momento, ni en priapeos ni en “dorados asnos romanos”. Bien, el caso es que combinado
con acción, amor, un poco de filosofía y algo de violencia, permite obtener amenas
películas de la Metro Golden.
El “pero”, igual que para otros autores
modernos o antiguos, que no tenemos claro si alguna de sus obras irá más allá
de la intención del autor, siendo que este tiene sobradas facultades para
conseguirlo.
El libro es de epublibre; espero que esté completo y bien, pues lo he leído en papel.
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